divendres, 11 de setembre del 2009

Yo reclamo

Recuerdo perfectamente dónde estaba y qué hacía. El 11 de septiembre de 2001 es de aquellas fechas difícil de olvidar. Fue en un alto en el camino, entre la mudéjar Teruel y la musulmana Morella. El televisor del restaurante de carretera me escupió brutalmente, entre el primer y segundo plato aquellas terribles imágenes que con el tiempo ascendieron a la más alta categoría icnográfica del terror colectivo.

Recuerdo como fui pasando mentalmente de la atracción visual de una imágenes cinematográficas a la incredulidad y finalmente ante la persistencia de las imágenes en los distintos canales, reconocer la tragedia.

¡Otro maldito 11 de septiembre!. No había razón que pudiese justificar semejante sinrazón.

Ríos de tinta e imágenes dramáticamente espectaculares nos invadieron en los días siguientes a la masacre. Un aquelarre colectivo ante el temor a nuevas acciones terroristas conjuraron a nuestro civilizado mundo clamando seguridad y venganza sin límites. Para ello se armaron intelectuales, políticos y estrategas de mediáticas razones, encargándoseles la sacrosanta misión de meter en el saco del terrorismo islámico a todo lo que llevase turbante y velo. La cruzadadel siglo XXI había comenzado.

Han pasado ocho años y las ruinas del World Trade Center están dando paso a la construcción de la Torre de la Libertad. Bush y sus muchachos ya no gobiernan y Obama ha abierto la puerta a la esperanza. Las imponentes torres han acabado convirtiéndose a su pesar en un impresionante mausoleo para los 2.723 muertos de multitud de nacionalidades y razas que aquel día 11 de septiembre acudieron como cada día a trabajar o visitarlas.

Aquel dolor, rabia, temor, e incerteza en el futuro, se han ido resituando con el paso del tiempo en su justo espacio y medida, pero será necesario que pasen muchos años para que occidente perdone y calme su sed de venganza y restituya el maltrecho derecho internacional desmantelando definitivamente Guantánamo.

Todas aquellas muertes dolorosamente innecesarias, han asaltado mi memoria al leer en un diario, que en un país centro americano, 462 personas han muerto por inanición y 54.000 familias están en peligro. Esta noticia nos viene machaconamente a recordar que, más allá de nuestra conciencia personal y creencia religiosa, en el mundo hay más de mil doscientos millones de personas que viven en umbral de la miseria, que diariamente mueren seis mil niños por desnutrición y falta de medicinas, más de treinta guerras, piadosamente denominadas conflictos bélicos son atizadas por ese mundo que reclama seguridad con el fin de salvaguardar sus intereses económicos, treinta millones de refugiados deambulan de un país a otro como si de ganado trashumante se tratara, que existe una deuda asfixiante que les exigimos pagar a aquellos que en su día expoliamos.

No seré yo quien afirme que una vez resueltas las escandalosas diferencias entre los países pobres y ricos, dejarían de reproducirse acciones terroristas. Sería sin duda una explicación reduccionista y poco fundamentada dentro de la complejidad en que se sustentan las frágiles e interesadas relaciones internacionales. Dejo esto a los narradores de nuestra historia colectiva.

Yo reclamo en esta fecha históricamente dramática, un acento internacional en la eliminación real de la pobreza. Estoy convencido de que los terroristas tendrán más dificultad en justificar sus acciones asesinas, en encontrar adeptos a su causas perdidas, pero sobre todo, nos dará un extraordinario motivo para no avergonzarnos de ser humanos.

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